martes, 1 de octubre de 2019

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La película comienza con el hacker Benjamin Engel (caracterizado por el ya conocido Tom Schilling tras Oh Boy o Hijos del Tercer Reich) realizando una confesión ante Hanne Lindberg, responsable de la Europol para la investigación sobre esta clase de delitos informáticos. A partir de ahí, se va reconstruyendo la historia de Benjamin a base de flashbacks, comenzando por su complicada infancia donde era ignorado por sus compañeros y debía hacer frente a la pérdida de sus padres. Pero el momento decisivo de su vida se produce

cuando conoce a Max, Stephan y Paul, tres hackers con los que fundará el grupo CLAY (siglas de Clowns Laughing At You, básicamente “los payasos se ríen de ti”) que, siguiendo las reglas del popularísimo hacker MRX, intentará cometer diversas fechorías en la red de redes, siempre bajo la óptica de la diversión y no tanto por ganarse el pan.
Una virtud se alza por encima del resto en Who Am I: la estética. Bo Odar identifica el mundo del hackeo con colores oscuros y música de corte electrónico que pulveriza nuestros oídos. En este sentido, cabe destacar especialmente la manera de retratar las conversaciones entre hackers: el cineasta ilustra los contactos virtuales a través de personajes de carne y hueso que, ataviados con máscaras, se encuentran en un vagón de metro. De esta manera, se rompe la simpleza que habrían otorgado las conversaciones en la pantalla de

un ordenador con un fantasioso recurso bastante acorde al espíritu de la cinta.
En este sentido, no es menos agradable que Who Am I no deje prácticamente lugar para el reposo en sus 102 minutos. La apabullante BSO y un montaje acelerado que procura cambiar de escenario allá donde transcurra la acción, acompañan a un guión en el que aparece una gran variedad de situaciones: altercados en mítines de extrema derecha, robo de coches, borracheras… Alguna de ellas es bastante gratuita en referencia a que posee una importancia discutible a la hora de desarrollar la historia, pero el vibrante estilo con el que están reflejadas y la adrenalina que de ellas se implanta en el espectador hace que sea tarea imposible calificarlas como puro relleno.

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